Existe un patrimonio tremendamente amenazado, tanto que para muchos ni siquiera lo es. Hablamos del patrimonio industrial y de las obras públicas.
El patrimonio industrial son todos aquellos edificios, maquinaria, sistemas productivos, organización y documentación que, en su momento, ha formado parte de la vida cotidiana de nuestros pueblos y ciudades, pero han quedado obsoletos a causa de la evolución de la ciencia y la técnica, aunque también hay factores estéticos.
En lo que respecta al patrimonio de las obras públicas, simplificando mucho, podemos considerar en este grupo a cuantas obras se han realizado con el objeto de facilitar las comunicaciones y los abastecimientos de agua, tanto de boca como para regadíos.
Por lo tanto, junto al concepto clásico de patrimonio, tenemos dos grupos que, salvo en las sociedades más avanzadas, no suelen tenerse en cuenta cuando se habla del patrimonio en general, se trata del patrimonio industrial y de las obras públicas
Este patrimonio es, seguramente, el más amenazado de cuantos tenemos, puesto que cuenta con grandes y poderosos enemigos, especialmente con uno, que una vez superado podría hacer que los efectos de los demás fuesen menores, aunque sus nombres inspiren tanto respeto como los de: especulación, paso del tiempo, obsolescencia, etc. Sin embargo, ninguno es tan temible como la ignorancia.
El gran pecado de este tipo de instalaciones es que, por regla general, ningún responsable político o cultural apuesta por ellas. Aunque sean excepcionales en sus características técnicas, connotaciones históricas y sociales e incluso rareza, no pueden ser fácilmente fechadas o catalogadas en ningún estilo. De ahí que, lamentablemente, la protección de estas obras sea, por ahora, una cuestión de pura propaganda que, generalmente, es realizada de forma voluntarista con la finalidad de que, poco a poco, cambie la sensibilidad de la sociedad al respecto.
Hoy por hoy ese cambio se vislumbra lejano. La enseñanza de estas materias está fragmentada entre diversas ramas del saber, absolutamente diferentes y compartimentadas que hacen imposible la adquisición de conocimientos reglados, asunto que parece previo a cualquier toma de posición por parte de la universidad y, por ende, de la administración.